Y Jesús se metió en el bote (parte 2)

(Esta es la segunda parte de una serie de posts con el tema de Jesús se metió en nuestro bote. Si no has leído parte 1, haz click aquí https://ogarcia07.blogspot.com/2020/06/y-jesus-se-metio-en-el-bote-parte-1.html )
Jesús les dijo a los discípulos: “crucemos al otro lado”. Se montaron en la barca y navegaron hacia allá. Ese “otro lado” era el territorio de los Gadarenos. No entraremos mucho en detalle, pero era mayormente de población no judía. Gente con la cual los judíos contemporáneos con Jesús no les interesaba juntarse, ni mucho menos mezclarse. Pero Jesús quiere ir allí. 
Parece que a Jesús no le interesa solo meterse en nuestro bote, sino ir con nosotros a esos “otros lados”. 
Pero volvamos al bote en medio de la tormenta. 
Jesús está durmiendo, mientras los discípulos temen por sus vidas. Corren a despertarlo, y sus palabras revelan lo que había en su corazón. 
En la historia de Jonás (también durmiendo), los marineros están también aterrados por la tormenta, buscan cómo resolver y salir de esa. 
Lo primero que las tormentas nos revelan es que las apariencias pueden ser engañosas. 
En medio de las tormentas, nuestra capacidad de ver e interpretar lo que esta ocurriendo es limitada. Nuestro sentido de supervivencia puede hacer que no nos fijemos en algunos detalles, que brinquemos a conclusiones demasiado rápido. 
En ambas tormentas, tenemos a la figura principal del relato durmiendo en medio de ellas. ¿cómo no se despierta? ¿tan cansado está? ¿tan tranquilo está? ¿tan indiferente puede ser? 
En Jonás, puedo imaginar que los marineros no vieron en él algo como para preocuparse. Pagó su pasaje y embarcó. Jamás hubiesen pensado que sería capaz de causar tal peligro a sus vidas. Enfrentar aquella tormenta los dejó confundidos, buscando entender qué la había causado, e intentar todo tipo de estrategias para salvarse. 
Los discípulos se encuentran con Jesús en su barca, y no creo que hubiesen pensado que les esperaba una tormenta como esa. Ellos ya lo conocen, pero similar a los marineros con Jonás, todavía no sabían bien lo que costaría estar en la misma barca con Jesús. De hecho, no sabían tampoco cuanto ganarían. 
Son los discípulos los que tiene que despertarlo gritándole. 
“Maestro, ¿no te importa que nos ahoguemos?” 
No…
te… 
Importa?
Por un lado, sus palabras afirman el miedo que tienen (nos vamos a ahogar!), y por el otro, la extraña aparente actitud de Jesús (¿no te importa?). 
En medio de la complejidad de la experiencia humana, de los mares y tormentas que enfrentamos, una de nuestras necesidades básicas es sentir que importamos. Poder afirmar que nuestra vida es valiosa, y que le importamos a alguien. 
A su vez, llegar a pensar que no importamos, o que no le importamos a nadie, puede ser devastador. Lo fue, aún si por unos minutos, para los discípulos. 
¿Te has sentido así? ¿Has llegado a hacer una oración así? No parece ser la oración más bonita, pero puede ser la más honesta: “Dios, no te importa que me ahogo?” 
Yo he hecho oraciones así. He enfrentado situaciones que me han hecho combinar el salmo 23 con el 22. Suena algo como “aunque ande en valle de sombra y de muerte (23:4)…Dios mío, ¿por qué me has abandonado? (22:1)” 
Hace toda la diferencia en nuestro acercamiento al tema de Dios, si creemos que le importamos o no. Antes de hablar de amor, necesitamos saber que es un Dios que nos ve (Génesis 16:13), y que está pendiente, que le importa.
En medio de nuestras tormentas, en medio de esas situaciones que nos mueven el piso y nos hacen cuestionar tantas cosas, las apariencias pueden ser engañosas. 
Puede parecer que no importamos. Puede parecer que a Dios le da igual. Puede parecer que está dormido, indiferente. 
¿Será cierto? 
Bueno, después de todo, Jesús está dormido. Sin embargo, no podemos ignorar que Jesús está dormido dentro del bote. Jesús no estaba viendo la escena de lejos. Está allí, enfrentando el mismo peligro, en el mismo bote, aunque dormido. 
Pero no por mucho tiempo. 
Y creo que algo así pasa en nuestras vidas. Otra vez, en medio de las tormentas, las apariencias pueden ser engañosas. Puede parece que Dios no está, o que no le importa. 
en medio de las tormentas, las apariencias pueden ser engañosas
Pero el evangelio nos muestra, a fuerza de gritos, que Dios ha expresado: 
Sí…
me… 
importa! 
Te invito a que, en medio del mar que enfrentas, sea en una barca grande o pequeña, no te dejes engañar por las apariencias. Especialmente la aparente apatía o inactividad de Dios. 
Que te atrevas a llamarle (gritar si es necesario). Pero que lo hagas con la firme convicción de que no está lejos. En medio de la confusión puedas reconocer que está cerca, porque se ha metido en tu barca. 
Pídele que te ayude a ver las cosas como son. A no dejarte llevar por las apariencias. Jesús sanó ciegos durante su tiempo en la tierra. Pero también habló de aquellos que sufren de una ceguera más profunda y destructiva. Que Dios abra nuestros ojos para ver las cosas con una perspectiva más clara y completa. Ver las cosas a la luz del evangelio. 
Que puedas decir como el salmista: “Mi socorro viene de Jehová, que hizo los cielos y la tierra. No dará tu pie al resbaladero, ni se dormirá el que te guarda.” Salmo 121:2-3
Así que ya vemos que en medio de la tormenta, las apariencias pueden ser engañosas. Pero aún hay más. 
Pendientes a la parte 3.

Comments

Popular posts from this blog

On the mount

Pablo estaba equivocado

Y Jesús se metió en el bote (Parte 3)