Contextualización y encarnación - leyendo a Orlando Costas
En mi interés por conocer sobre la aportación teológica latinoamericana, uno de los autores que me ha encantado leer es Orlando Costas (1942-1987). Fue pastor, teólogo, misionero, misiólogo, y educador. Estoy solo comenzando a conocer sobre su vida y su gran contribución a la iglesia y teología, especialmente en el contexto de América Latina. Ah, y por si acaso, boricua nacido en Ponce.
He estado leyendo lentamente su libro “Christ Outside the Gate”, escrito en 1982 (cuando yo tenía 1 añito!!). He necesitado leer las mismas páginas varias veces, subrayando, reflexionando. Era un genio ese hombre.
El capítulo comienza reconociendo la creciente importancia que tiene el contexto en el entendimiento que tiene la iglesia de sí misma, su fe, y su misión en el mundo. Costas define contexto como “todo aquello que acompaña y rodea un texto”. La palabra tiene una connotación de entretejer y dar forma al conocimiento. Se refiere a los límites de espacio y tiempo del proceso de entendemiento y aprendizaje. En este sentido, toda actividad humana es contextual, ya que ninguno de nosotros existe fuera de un contexto.
No solo el texto que uno lee está enmarcado en un contexto, sino que la circunstancia desde la que uno lee y busca entender tambien es un contexto. De igual forma, las circunstacias de aquellos con los que uno interactúa y comunica ese mensaje, también son contexto. Todos son importantes.
Dice Costas que las teologías que planteaban formulaciones demasiado abarcadoras han tenido que dar paso a “discursos de menor alcance y orientados a situaciones particulares, que quenque tienen un periodo de vida más corto, resultan más relevantes a la vida en misión de la iglesia.”
Esto ha dado paso al desarrollo de las llamadas teologías contextuales, las cuales según Costas no han surgido directamente de la fábrica tradicional de teología, la academia, sino de las situaciones particulares en las que Cristianos alrededor del mundo buscan vivir su fe y llevar a cabo su vocación en sus respectivas circunstancias.
Esto no se trata de ser presos del momento, sino más bien de reconocer la naturaleza de la teología. Porque ésta tiene que ver con nuestra reflexión acerca de la fe a la luz del contexto histórico de uno.
Entonces, no se trata de que la contextualización de la teología sea importante solo porque las circunstancias inmediatas de los Cristianos alrededor del mundo la hagan necesaria, sino porque es lo que la teología debería siempre ser, la reflexión de la actividad de Dios en la historia.
Un punto interesante que trae es la pregunta acerca del futuro. El dice “contextualizar no se trata solo de hacer preguntas sobre el pasado y presente de un texto a la luz del pasado y presente de sus lectores y oidores, sino especialmente hacer preguntas sobre su futuro, su efecto transformador en aquellos que estarán en contacto con este.”
Uno de los señalamientos que hace que me parece importante es que esto no se trata de algo nuevo en la teología o en la vida de la iglesia. Desde sus comienzos, la iglesia (podemos decir lo mismo del pueblo de Israel) ha luchado con entender a Dios (y su actividad en la historia) dentro de sus circunstancias. De manera que la contextualización, lejos de alejarnos de la Biblia, nos dirige a ésta. En sus palabras, “las Escrituras son conextuales, de principio a fin”.
Si el conocimiento es siempre contextual, podemos decir lo mismo del proceso de conocer a Dios. Dios solo puede ser conocido en la historia. Primero, vemos el acto de darse a conocer mediante lenguaje humano. Luego, de manera definitiva, lo vemos darse a conocer en carne y hueso.
Es aquí donde la contextualización y la encarnación se encuentran.
Costas nos muestra como el testimonio del Nuevo Testamento acerca de la persona de Jesús como el Hijo de Dios encarnado ha hecho, de una vez y por todas, a Dios contextual.
Jesús no solo fue un ser humano en el sentido general del término, sino uno en una realidad particular. Jesús no entra en la historia en un vacío. Si ignoramos esto, podemos perder de vista aspectos importantes del evangelio, y del carácter de Dios.
Un judío con acento galileo, creciendo en un lugar del cual no se esperaba que saliera nada bueno, en una familia modesta, sufriendo bajo un imperio opresor, entre otras cosas. Dice Costas “es este pobre, humilde, enigmático, solitario predicador judío que defendió la causa de los lastimados por la sociedad a quien la fe Cristiana confiesa como Hijo de Dios.”
Pero es en la cruz donde el misterio de Jesús como Hijo de Dios queda mayormente revelado. Allí muere luego de ser traicionado, abandonado, injustamente condenado, y violentamente torturado. Muere como un criminal, sin nadie que lo defienda, y ni siquiera una tumba propia tuvo.
La iglesia antigua no titubeó en interpretar la vida de Jesús como aquel siervo sufriente del que habló el profeta Isaías. Al hacer esto, se sitúa la cruz como identificación con los pobres y afligidos, los enfermos y oprimidos. Costas analiza como Pablo continúa esta línea cuando habla de la encarnación como Jesús tomando forma de esclavo o siervo, identificandose con la humanidad en su forma más baja. Pero también concluye que al Pablo afirmar esto en la misma porción donde habla de la exaltación de Jesús como Señor, indica que en su resurrección, Cristo se asocia con aquellos mismos con los cuales se identifica en su muerte.
Pero no se queda ahí. En su análisis, sigue a la epístola a los Hebreos, donde se coloca la muerte de Jesús afuera de la ciudad, en el lugar donde se arrojaban los restos de los sacrificios. Llamar a la comunidad de fe a ‘salir del campamento’ para encontrarnos con Jesús, significa que el Jesús resucitado ha de ser encontrado “en las batallas y el calor de la historia, en medio de las no-personas (ignorados, no tomados en cuenta) de la sociedad”.
Muchas de las características de aquellos marginados con los que Jesús se identifica en los evangelios las vemos en países de América Latina. Elizabeth Conde Frazier, otra teóloga puertorriqueña que recién conozco, en un artículo sobre Orlando Costas, dice que este entendimiento Cristológico que ve a Cristo como el que se identifica con los que se encuentran abajo ha estado en el centro de la teología hispana/latina. Para leerlo, pueden ir aquí https://www.biola.edu/talbot/ce20/database/orlando-e-costas.
Siguiendo el argumento, Costas va todavía más adelante hacia las últimas páginas de nuestra Biblias, donde encontramos la visión de Juan, en la cual se contempla la revelación escatológica del Jesús resucitado y anticipa su presencia soberana en el curso de la historia. Y aún allí mantiene su identidad como el que ha sido crucificado.
Dice Costas que “el señorío de Cristo no se basa en fuerza militar, sino en amor sacrificial. No es opresivo, sino creativo y liberador. No es totalitario, sino comunal y fraternal. Facilita la formación de una nueva comunidad basada en amor y servicio.”
Allí en la cruz, Dios se rehusó de una vez y por todas ha identificarse por su poder y gloria, sino que se reveló en la debilidad e impotencia de Jesús. Aclara, citando a teólogos como Jurgen Moltmann, Jon Sobrino, Kazoh Kitamori y Lois Berkhof, que no podemos ignorar el sufrimiento del Padre ante la crucifixión de Jesús. Dice: “en la cruz vemos al Padre sufriendo la muerte del Hijo, aún al ver al Hijo sufrir el abandono de su Padre. Las expresiones de Jesús en la cruz, se convierten en expresiones del sufrimiento del Padre también.
Después de todo, como nos recuerda Pablo, Dios estaba en Cristo, no alejado ni dando la espalda. Ambos experimentar el sufrimiento de la cruz, aún si de maneras misteriosamente distintas.
De aquí, argumenta que no solo sufrió Cristo su propia cruz, sino que continúa sufriendo las millones de cruces humanas alrededor del mundo. Cruces representadas en las imágenes de los huerfanos, de los que sufren hambre, desnudez y prisiones. Y el Padre también sufre junto al Hijo el dolor de estos.
Entonces, por la encarnación, de Costas que “ya no podemos pensar en Dios como este ser abstracto, removido de la experiencia humana, sin rostro e imposible de identificar de manera personal. Dios tiene identidad histórica: la de Jesús, el carpintero de Nazareth y profeta de Galilea, quien sufrió la muerte en una cruz, y fue levantado de los muertos por el Espíritu. Dios no está ausente de la historia humana, sino que continúa estando presente en el Espíritu del Cristo resucitado, quien llena la vida y testimonio de la iglesia.”
Termina el capítulo con tres implicaciones misionológicas. La primera, la experiencia de la encarnación en la historia contemporánea.
En la encarnación, Dios se relaciona con los seres humanos en una manera nueva y radical. En la cruz, Jesús sufre por, pero también con la humanidad. Entonces, “dondequiera que haya opresión, allí está el Espíritu de Cristo encarnado en la experiencia del oprimido; allí está Dios contextualizado en la historia presente de los no-personas de la sociedad”.
El llamado a la conversión incluye volverse del pecado personal, pero también de las “alianzas con las estructuras opresivas de este mundo, y unirse a la lucha del reino de Dios contra las fuerzas del mal, de la injusticia, explotación y represión.”
La contextualización y la encarnación son entonces básicas para la misión cristiana. Añade que “la emncarnación de Cristo en el contexto de nuestro mundo racista, sexista, colonialista, dado a las ganancias y a la guerra, adicto al éxito, manipulador, y lleno de pobreza, permitirá que a los Cristianos a encontrar a Cristo de una nueva manera.”
La segunda implicación se trata de evaluar nuestra experiencia a la luz de la historia de Jesús. Demasiado ya hemos visto que la identidad de Jesús haya sido distorcionada a lolargo de la historia. Lo han convertido en toda clase de cosas que no es (el gran conquistador, el salvador blanco, el violento guerrero). La pregunta obligada es si estamos cometiendo el mismo error al identificarlo con los pobres y los marginados. Es aquí donde el testimonio del Nuevo Testamento nos recuerda que esa identificación no es determinada por nuestra realidad cultural, ni por ideas marxistas, sino que es definida por la vida, ministerio y muerte de la cual dan testimonio.
Son esos los criterios que nos permiten identificar hoy también, “no solo quien es Jesús (Señor y Salvador de los oprimidos), sino también dónde se encuentra (entre los pobres y los oprimidos), y lo que está haciendo (sanando heridas, rompiendo cadenas de opresión, demandando justicia y paz, dando vida y esperanza)”.
La tercera y última implicación se trata de la transformación de la realidad. Nuestra experiencia con Cristo debe verificarse por medio de la transformación de las situaciones prresentes de los oprimidos. Jesús no sufrió y murió para dejar las cosas como estaban, sino para traer un nuevo orden de vida. Entonces, encarnar a Cristo en nuestro mundo es “manifestar la presencia transformadora del reino de Dios en medio de las víctimas del pecado y la maldad. Es hacer posible un proceso de transformación del pecado personal y la maldad corporativa a una libertad, justicia y bienestar personal y corporativo.”
Esto puede ocurrir solo a través de su iglesia, gente comprometida a encarnar a Cristo en medio de las necesidades particulares de nuestro contexto. Cualquier otra cosa, termina diciendo, “es pura palabrería, y el reino de Dios no consiste en palabras sino en poder (2 Cor. 4:20)”.
No sé si le hago justicia a sus argumentos, pero me ha hecho reflexionar mucho en la naturaleza dinámica de la teología y su relevancia para la vida de la iglesia en misión. Entiendo que la teología debe buscar ser fiel a la Escritura en su contexto, pero también a la realidad en la cual se vive la fe.
Un verdadero compromiso con el evangelio requiere un igual compromiso con la obra que Jesús continúa haciendo en el mundo, la cual siempre tiene como punto de partida su vida y obra hace más de dos mil años. Se sigue identificando con aquellos "outside the gate" y nos invita a encontrarnos con él allí.
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