Adviento 2022: Aparentemente, Dios no tiene prisa

Adviento es la temporada en el calendario litúrgico que se compone de las 4 semanas previas a la celebración de Navidad. Adviento significa llegada. Pero no hablamos de cualquier llegada, sino específicamente de la llegada de Jesús. Emanuel, Dios con nosotros. 

Es posible que algunos de nosotros pensemos en la llegada de Jesús justo en el día que celebramos la Navidad. No es que eso esté mal, pero hay algo transformador en considerar este tiempo previo a la celebración de la llegada como uno de preparación, de expectativas, de anhelo, de espera. 


En adviento consideramos lo que significó esperar la llegada de Jesús hace poco más de 2,000 años. Así como el sol irrumpe en la mañana y la oscuridad no puede detener su curso, sabemos que la llegada de Jesús trajo luz a las naciones. 


También pensamos en nuestra actual espera en su glorioso regreso, por medio del cual establecerá su reinado por completo y, así como prometió, estaremos con él para siempre. 


Pero hay una tercera manera en la que Jesús llega a nosotros. Hay una cotidiana llegada de Jesús en medio de nuestro levantarnos y acostarnos, en nuestra duda y nuestra certeza, en nuestra valentía y en nuestro temor, en nuestro gozo y nuestra tristeza. Llega constantemente, no importa donde estemos, no importa cómo estemos. 


Esperar es raro. Es algo que todos hacemos constantemente, sin embargo nunca se siente normal. Esperamos porque no tenemos otra opción. Si la hubiese, casi siempre (por no decir siempre) la preferiríamos. Tendemos igualar rapidez con eficiencia y productividad. Pero si es así, parece que a Dios no le interesa tanto estos términos como a nosotros. 


Podríamos dar muchos ejemplos bíblicos de esperar (Abraham y Sara esperaron, Raquel esperó, Moisés esperó, Rut esperó, el pueblo entero esperó repetidas veces) pero ninguno tan importante como la espera por la llegada del Mesías. 


Imagina por un momento que después de siglos de promesas, profecías, eventos, líderes, reyes, entradas y salidas, victorias y derrotas, finalmente es momento de que Dios envíe el tan esperado salvador y libertador. 


Y en el momento de la verdad, llega………. (pausa de suspenso)…….. un bebé. 


¿Un bebé? ¿En serio, Dios? ¿No podías enviarlo grandecito (o como diríamos aquí: cria’o), listo para su tarea? ¿No podías enviarlo capaz de defenderse a sí mismo? 


¿Me estás diciendo que a este Mesías hay que amamantarlo, cambiarle el pañal, enseñarle a hacer todo, mandarlo a hacer tareas caseras, entre otras cosas?


¿Nos toca seguir esperando?


Dios, al parecer, no tiene prisa. Y creo que vez tras vez nos invita a esperar, pero hacerlo intencionalmente. No como si fuera un paréntesis, o tiempo perdido. Tampoco como si fuera un castigo. Y mucho menos se trata de un esperar “a ver qué pasa”.


Nuestra espera está informada por aquel en quien esperamos y por lo que esperamos. 


De eso se trata adviento, esperar en alguien, y esperar por algo. Esperamos en Dios, y esperamos que cumpla sus promesas. 


No quiero sonar insensible. Esperar no es fácil. De las experiencias más dolorosas en mi vida, muchas han tenido con ver con esperar. Ya sea por un trabajo, una relación, o un bebé. A mí tampoco me gusta este asunto.


Pero creo que nuestra fe es una que provee para enfrentarnos a la espera de una manera honesta y saludable. Y en el proceso de la espera, recordar que Dios está mucho más interesado en la persona que somos mientras esperamos, que en las cosas que podemos hacer en dicho tiempo. 


"Dios está mucho más interesado en la persona que somos mientras esperamos, que en las cosas que podemos hacer en dicho tiempo" 


Escucha el susurro de Dios que dice: “espera, espera, espera”. Dile a tu alma: “espera”.


Mi anhelo es que juntos podamos estar dispuestos, disponibles, atentos, y que preparemos nuestros corazones para su llegada. 

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