Un dios a nuestra imagen
Y dijo el hombre: "hagamos a Dios a nuestra imagen”. (Inserta sonido de gomas frenando en la carretera)
Suena absurdo, ¿no?
Herético.
Demos un par de pasos hacia atrás. Permítanme explicar a qué me refiero.
Tan temprano como en el primer capítulo de la Biblia se afirma que Dios creó al ser humano a su imagen y semejanza (Génesis 1:27). Dios nos hizo en cierta manera parecidos a él. Miles de páginas se han escrito sobre lo que significa llevar la imagen de Dios, y no pretendo en este escrito desarrollar ese tema, pero de algo estamos de acuerdo: Dios es el creador, el ser humano es parte de su creación; Dios es el agente activo, el ser humano el pasivo. Y aún ante esa realidad hermosa de ser por diseño parecidos a Dios, queda también claro que somos infinitamente distintos.
La historia bíblica nos muestra no solo un Dios que diseña el universo y lo echa a correr (analogía del relojero), sino que se involucra en la creación. En lugar de mantenerse como un escritor del libreto o director lejano, entra en la historia y se revela a los seres que ha creado. Y no lo hace de manera tímida como detrás haciéndose objeto de estudio a la distancia. No.
Ese Dios eterno e infinito decide acercarse, ser conocido, relacionarse con los seres humanos, siendo éstos tan distintos. Distintos desde la creación, pero aún más luego de la caída (palabra que en la teología describe la entrada del pecado en el mundo y sus consecuencias). Tan distintos y separados, que el salmista, al considerar la grandeza de Dios y la pequeñez del ser humano, se preguntó:
«¿Qué es el hombre, para que en él pienses?
¿Qué es el ser humano, para que lo tomes en cuenta?»
(Salmo 8)
Aquí viene un punto importante en nuestra discusión.
La decisión divina de auto-revelarse involucra una auto-limitación de su parte.
No hay otra manera.
Una de las formas en la que Dios se auto limita tiene que ver con el uso del idioma. Cuando decide relacionarse con el ser humano, hace uso del lenguaje, en el cual, siempre y cuando se entienda el significado de las palabras usadas, podemos comunicar un mensaje.
Dios utiliza palabras e imágenes familiares a nosotros para poder comunicar algo sobre sí mismo. Pero tenemos que recordar que lo que nos muestra es aquello que nosotros podemos percibir. La realidad de la que nos habla es mucho más grande y asombrosa. Pongámoslo así, Dios tiene que traducir (y en cierta forma reducir) su realidad a un lenguaje que podamos entender. Aún si esa imagen o palabra no lo hacen de manera perfecta.
Como dijo Pablo, “Conocemos de manera indirecta y velada, como en un espejo.” (1 Corintios 13:11-13) En aquellos tiempos los espejos no eran como ahora, sino que lo que se reflejaba era una imagen opaca e imperfecta. No está diciendo que lo que conocemos acerca de Dios es incorrecto, sino que todavía se queda corto.
Yo sé lo que es ver de manera imperfecta. A los 6 años me diagnosticaron miopía en ambos ojos. Condición que fue progresando mientras crecía. Recuerdo claramente cada vez que me tocaba un examen de la vista y estrenaba espejuelos con una nueva receta.
¡WOW!
(foto tomada de www.noticias-ciencia.com)
Yo sabía que mi visión no estaba nítida, pero no era hasta que recibía espejuelos nuevos que me daba cuenta de cuán lejos estaba de la realidad y cuánto me había acostumbrado a una visión borrosa e imperfecta. De manera similar, creo que nos podemos acostumbrar a nuestras ideas de Dios, y engañarnos de que vemos con perfección. Necesitamos un nuevo examen, necesitamos un nuevo par de anteojos.
A.W. Tozer decía que lo que viene a nuestra mente cuando pensamos en Dios es lo más importante acerca de nosotros.
No sé si Tozer estaba completamente en lo cierto, pero creo que lo que pensamos acerca de Dios es, al menos, muy importante. Puede llenarnos de confianza para acercarnos a él, pero también puede hacernos huir aterrorizados. Puede hacernos más amorosos y humildes, pero también endurecer nuestro corazón y llenarnos de orgullo.
Nuestras ideas acerca de Dios no son Dios. Lo que leemos en la Biblia comunica algo acerca de sí mismo, y sirve como una puerta a relacionarnos con él. Es una invitación a entrar al misterio de conocer a aquel que nos creó. Las ideas que tenemos acerca de Dios son tan buenas como la forma en la que nos permiten acercarnos a él, conocerlo y amarlo y en cómo nos llevan a relacionarnos con los demás.
El problema es que nos podemos acostumbrar a estas ideas que hemos derivado de imágenes familiares y podemos llegar a la conclusión que ya entendemos a Dios, que somos expertos en la materia. Entramos en terreno peligroso, y corremos el peligro de ‘virar la tortilla’ y prácticamente creamos un dios a nuestra imagen y semejanza. Lo empequeñecemos en nuestro afán por hacerlo familiar. (como un becerro que se forma al mezclar nuestras mejores ideas de oro - véase Exodo 32)
Llegamos a la idea con la que comencé. Gracias por acompañarme hasta aquí.
Pero, ¿y entonces qué?
A mí me encanta la teología, y puedo tener largas conversaciones acerca de los temas que se estudian en esa bella disciplina. Creo que muchas de estas ideas e imágenes pueden ser beneficiosas en acercarnos a Dios, a conocerlo y a relacionarnos con él.
Debemos acostumbrarnos a considerar nuestras ideas acerca de Dios con regularidad. Con
ayuda del Espíritu Santo y la comunidad de fe, en conversación con la iglesia histórica, podemos hacernos “exámenes de la vista” y ajustar nuestra receta periódicamente.
Tengamos siempre en mente, como nos recuerda Pablo, que todavía vemos de manera imperfecta. Pero llenémonos de expectativa porque llegará el día en el que “veremos cara a cara” (verso 12). Algún día nos darán el más maravillosos nuevo par de espejuelos. O mejor aún, nuestros ojos verán perfectamente sin necesitarlos.
Ahí si que diremos: ¡WOW!
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